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ANTÍGONA:
                        ¡Ay! ¡Esas palabras vienen a anunciarme que está próximo el momento de
                        mi, muerte!

                        CREONE:
                        No  te  aconsejo,  en  efecto,  que  esperes  que  mis  órdenes  quedarán
                        incumplidas.

                        ANTÍGONA:
                        ¡Oh  ciudad  de  mis  padres  en  el  país  tebano!  Y  vosotros,  dioses  de  mis
                        padres, ya me están llevando. Nada espero. ¡Ved, jefes tebanos, a la última
                        de las hijas de vuestros reyes! ¡Ved qué ultrajes sufro y por qué manos los
                        padezco, por haber respetado la religión de los Muertos!

                        (ANTÍGONA es llevada lentamente por los guardias; el CORO canta.)

                        CORO:
                        Dánae  también  sufrió  una  suerte  semejante  cuando  se  vio  obligada  a
                        despedirse de la claridad del cielo en su prisión de bronce; encerrada en una
                        tumba, que fue su lecho nupcial, fue sometida al, yugo de la Necesidad. Era,
                        sin  embargo,  ¡oh  hija  mía!,  de  ilustre  origen,  y  en  su  seno  conservaban
                        esparcida en lluvia de oro la semilla de Zeus. «Pero el poder del Destino es
                        terrible, y ni la opulencia ni Ares ni las torres de las murallas ni los obscuros
                        navíos batidos por las olas, pueden esquivarlo. «También fue encadenado el
                        hijo  impetuoso  de  Driante,  el  rey  de  los  Edones,  quien,  en  castigo  de  sus
                        violentos arrebatos, fue encerrado por Dioniso en una prisión de piedra. Y así
                        purgó  la  terrible  violencia  de  su  exuberante  locura.  El  reconoció  que  era
                        insensato  atacar  al  dios  con  insolentes  palabras,  pues  intentaba  poner
                        término al delirio de las Bacantes y apagar el báquico fuego y provocó a las
                        Musas, amigas de las flautas. «Viniendo de las rocas Cianeas, entre los dos
                        mares, se encuentran la ribera del Bósforo y la inhospitalaria Salmideso de
                        los tracios. Ares, adorado en estos lugares, vio la cegadora y maldita herida
                        que a los dos hijos de Fineo infligió su feroz madrastra al reventar en sus
                        ojos las órbitas odiadas, armada no de una espada, sino con la punta de una
                        lanzadera y con ayuda de sus manos sanguinarias. Los desgraciados, en el
                        paroxismo  de  sus  dolores  deploraban  la  desgracia  de  su  suerte  y  el  fatal
                        himeneo de la madre de la que habían nacido. Esta, sin embargo, descendía
                        de la antigua raza de los Eréctidas. Había crecido en los antros lejanos en
                        medio  de  las  tempestades  que  desencadenaba  su  padre  Bóreas;  rápida
                        como un corcel, recorría la montaña escarpada por el hielo esta hija de los
                        dioses. Pero las Furias inmortales le habían hecho, blanco de sus tiros, hija
                        mía. ¡Silencio!

                        (Llega TIRESIAS de la mano de un niño.)






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