Page 29 - index
P. 29
ANTÍGONA:
¡Ay! ¡Esas palabras vienen a anunciarme que está próximo el momento de
mi, muerte!
CREONE:
No te aconsejo, en efecto, que esperes que mis órdenes quedarán
incumplidas.
ANTÍGONA:
¡Oh ciudad de mis padres en el país tebano! Y vosotros, dioses de mis
padres, ya me están llevando. Nada espero. ¡Ved, jefes tebanos, a la última
de las hijas de vuestros reyes! ¡Ved qué ultrajes sufro y por qué manos los
padezco, por haber respetado la religión de los Muertos!
(ANTÍGONA es llevada lentamente por los guardias; el CORO canta.)
CORO:
Dánae también sufrió una suerte semejante cuando se vio obligada a
despedirse de la claridad del cielo en su prisión de bronce; encerrada en una
tumba, que fue su lecho nupcial, fue sometida al, yugo de la Necesidad. Era,
sin embargo, ¡oh hija mía!, de ilustre origen, y en su seno conservaban
esparcida en lluvia de oro la semilla de Zeus. «Pero el poder del Destino es
terrible, y ni la opulencia ni Ares ni las torres de las murallas ni los obscuros
navíos batidos por las olas, pueden esquivarlo. «También fue encadenado el
hijo impetuoso de Driante, el rey de los Edones, quien, en castigo de sus
violentos arrebatos, fue encerrado por Dioniso en una prisión de piedra. Y así
purgó la terrible violencia de su exuberante locura. El reconoció que era
insensato atacar al dios con insolentes palabras, pues intentaba poner
término al delirio de las Bacantes y apagar el báquico fuego y provocó a las
Musas, amigas de las flautas. «Viniendo de las rocas Cianeas, entre los dos
mares, se encuentran la ribera del Bósforo y la inhospitalaria Salmideso de
los tracios. Ares, adorado en estos lugares, vio la cegadora y maldita herida
que a los dos hijos de Fineo infligió su feroz madrastra al reventar en sus
ojos las órbitas odiadas, armada no de una espada, sino con la punta de una
lanzadera y con ayuda de sus manos sanguinarias. Los desgraciados, en el
paroxismo de sus dolores deploraban la desgracia de su suerte y el fatal
himeneo de la madre de la que habían nacido. Esta, sin embargo, descendía
de la antigua raza de los Eréctidas. Había crecido en los antros lejanos en
medio de las tempestades que desencadenaba su padre Bóreas; rápida
como un corcel, recorría la montaña escarpada por el hielo esta hija de los
dioses. Pero las Furias inmortales le habían hecho, blanco de sus tiros, hija
mía. ¡Silencio!
(Llega TIRESIAS de la mano de un niño.)
29