Page 28 - index
P. 28
CREONTE:
(A los guardianes que conducen a ANTÍGONA.): -¿Ignoráis que nadie
pondría término a las lamentaciones y llantos de los que van a morir si se les
dejase en libertad de entregarse a ellos? Llevadla sin demora. Encerradla,
como he dicho, en aquella cueva abovedada. Dejadla allí sola, abandonada;
que se muera, o que permanezca viva, sepultada bajo ese techo. Nosotros
quedaremos exentos de culpa, en lo que a la joven se refiere, de la mancha
de su muerte; pero lo cierto es que ella habrá terminado de habitar con los
que viven en la Tierra.
ANTÍGONA:
¡Oh sepulcro, cámara nupcial, eterna morada subterránea que siempre ha de
guardarme! ¡Voy a juntarme con casi todos los míos, a quienes Perséfone ya
ha recibido entre las sombras! ¡Desciendo la última y la más desgraciada,
antes de haber vivido la parte de vida que me había sido asignada! ¡Allí al
menos iré nutriendo la certera esperanza de que mi llegada será grata a mi
padre (mi querido padre); grata a ti, madre mía, y grata a ti también, hermano
mío, bienamado! Mis propias manos, después de vuestra muerte, os han
lavado, os han vestido y han derramado sobre vosotros las libaciones
funerarias; y hoy, Polinice, por haber sepultado tus restos, ¡he aquí mi
recompensa! No he hecho, sin embargo, a juicio de las personas sensatas,
más que rendirte los honores que te debía. (Es verdad que si hubiese sido
madre con hijos por quienes mirar, si mi esposo hubiese estado
consumiéndose por la muerte, nunca me hubiera impuesto tal tarea en contra
del pensar de los ciudadanos. Pero ¿qué razón justifica lo que acabo de
decir? Después de la muerte de un esposo me hubiera sido permitido tomar
otro esposo; y por el hijo que hubiese perdido me hubiera podido nacer otro.
Pero puesto que tengo a mi padre y a mi madre encerrados en el Hades, ya
no me puede nacer otro hermano.) Por esta razón, ¡oh hermano mío!, te he
honrado más que a nadie, aunque a los ojos de Creonte haya cometido un
crimen y realizado una acción inaudita. Y ahora, con las manos atadas, me
arrastran al suplicio sin haber conocido el himeneo, sin haber gustado de las
felicidades del matrimonio ni de las de criar hijos. Abandonada de mis
amigos, ¡desgraciada!, voy a encerrarme viva en la caverna subterránea de
los muertos. ¿Qué ley divina he podido transgredir? ¿De qué me sirve,
infortunada, elevar todavía mi mirada hacia los dioses? ¿Qué ayuda puedo
invocar, ya que el premio de mi piedad es ser tratada como una impía? Si la
suerte que me aflige es justa a los ojos de los dioses, acepto sin quejarme el
crimen y la pena; pero si los que me juzgan lo hacen injustamente, ojalá
tengan ellos que soportar más males que los que me hacen sufrir
inicuamente.
CORIFEO:
Las mismas tempestades que agitaban su alma la atormentan aún.
CREONTE:
Por eso va a costar lágrimas a los que la conducen con tanta lentitud.
28