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muerte, o, cuando menos, aprenderá que rendir culto a los muertos es una
cosa superflua.
(CREONTE se va.)
CORO:
Eros, invencible Eros, tú que te abates sobre los seres de quien te apoderas
y que durante la noche te posas sobre las tiernas mejillas de las doncellas;
tú, que vagabundeas por la extensión de los mares y frecuentas los cubiles
en que las fieras se guarecen, nadie entre los Inmortales puede escapar de
ti, nadie entre los hombres de efímera existencia sabría evitarte; tú haces
perder la razón al que posees.
«Hasta los corazones de los mismos justos los haces injustos y los llevas a la
ruina. Por ti acaba de estallar este conflicto entre seres de la misma sangre.
Triunfa radiante el atractivo que provocan los ojos de una doncella, cuyo
lecho es deseable, y tu fuerza equivale al poder que mantiene las eternas
leyes del mundo. Pues Afrodita, diosa irresistible, se burla de nosotros.
(Aparece ANTÍGONA conducida por dos centinelas y con las manos atadas.)
CORIFEO:
Y yo también ahora, al ver lo que estoy viendo, me siento inclinado a
desobedecer las leyes y no puedo retener el raudal de mis lágrimas
contemplando cómo Antígona avanza hacia el lecho, el lecho nupcial en que
duerme la vida de todos los humanos.
(Entra ANTÍGONA.)
ANTÍGONA (Saliendo del palacio.):
¡Oh ciudadanos de mi madre patria! ¡Vedme emprender mi último camino y
contemplar por última vez la luz del Sol! ¡Nunca lo volveré a ver! Pues
Hades, que a todos los seres adormece, me lleva viva a las riberas del
Aqueronte, aun antes que se hayan entonado para mí himnos de himeneo y
sin que a la puerta nupcial me haya recibido ningún canto: mi esposo será el
Aqueronte.
CORIFEO:
Pero te vas hacia el abismo de los muertos revestida de gloria y de elogios,
sin haber sido alcanzada por las enfermedades que marchitan ni sometida a
servidumbre por una espada victoriosa; sola entre todos los mortales, por tu
propia voluntad, libre y viva, vas a bajar al Hades.
ANTÍGONA:
Sé qué lamentable fin tuvo la extranjera de Frigia, hija de Tántalo, que murió
en la cumbre del Sípilo. Al crecer en torno de ella como hiedra robusta, la
roca la envolvió por completo. La nieve y las lluvias, según se cuenta, no
dejan que se corrompa, y las lágrimas inagotables que brotan de sus
párpados bañan los collados. El Destino me reserva una tumba semejante.
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