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toda la eternidad, y regirá, como en el pasado, en el presente y en el
porvenir; en la vida de los mortales nada grave ocurre sin que la desgracia se
mezcle en ello. La esperanza inconstante es un consuelo, en verdad, para
muchos hombres; pero para otros muchos no es más que un engaño de sus
crédulos anhelos. Se infiltra en ellos sin que se den cuenta hasta el momento
en que el fuego abrasa sus pies. Un sabio dijo un día estas memorables
palabras: «El mal se reviste con el aspecto del bien para aquel a quien un
dios empuja a la perdición; entonces sus días no están por mucho tiempo al
abrigo de la desgracia».
(HEMÓN entra por la puerta central.)
CORIFEO:
Pero he aquí a Hemón, el menor de tus hijos. Viene afligido por la suerte de
su joven prometida, Antígona, con quien debía desposarse, y llora su boda
frustrada.
CREONTE (Al CORO.):
En seguida vamos a saberlo mucho mejor que los adivinos. (A HEMÓN.) Hijo
mío, al saber la suerte irrevocable de tu futura esposa, ¿llegas ante tu padre
transportado de furor o bien, cualquiera que sea nuestra determinación, te
soy igualmente querido?
HEMÓN:
Padre, te pertenezco. Tus sabios consejos me gobiernan, y estoy dispuesto a
seguirlos. Para mí, padre, ningún himeneo es preferible a tus justas
decisiones.
CREONTE:
Esta es efectivamente, hijo mío, la norma de conducta que ha de seguir tu
corazón: todo deberá pasar a segundo término ante las decisiones de un
padre. Por esta razón los hombres desean tener y conservan en el seno de
sus hogares hijos dóciles: para que se venguen de los enemigos sus padres
y prosigan honrando a los amigos como lo hizo su padre. El que procrea
hijos que no le reportan ningún provecho, ¿qué otra cosa ha hecho sino dar
vida a gérmenes de sinsabores para él y motivos de burla para sus
enemigos? No pierdas, pues, jamás hijo mío, por atractivos del placer a
causa de una mujer, los sentimientos que te animan, porque has de saber
que es muy frío el abrazo que da en el lecho conyugal una mujer perversa.
Pues, en efecto, ¿qué plaga puede resultar más funesta que una compañera
perversa? Rechaza, pues, a esa joven como si fuera un enemigo, y déjala
que se busque un esposo en el Hades. Ya que la he sorprendido, única en
esta ciudad, en flagrante delito de desobediencia, no he de sentar plaza de
inconsecuente a los ojos del pueblo, y la mataré. Por tanto, que implore a
Zeus, el protector de la familia; porque si he de tolerar la rebeldía de mis
deudos, ¿qué podría esperar de quienes no lo son, de los extraños?
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