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ISMENA:
No era eso lo que entre ellos se había convenido.
CREONTE:
No quiero para mis hijos mujeres malvadas.
ISMENA:
¡Oh Hemón bienamado! ¡Cuán gran desprecio siente por ti tu padre!
CREONTE:
Me estáis resultando insoportables tú y esas bodas.
CORIFEO:
¿Verdaderamente privarás de ésta a tu propio hijo?
CREONTE:
Es Plutón, no yo, quien ha de poner fin a esas nupcias.
ISMENA:
¿De modo que, según parece, su muerte está ya decidida?
CREONTE:
Lo has dicho y lo he resuelto. Que no se retrase más. Esclavos, llevadlas al
palacio. Es preciso que queden bien sujetas, de modo que no tengan
ninguna libertad. Que los valientes, cuando ven que Hades amenaza su vida,
intentan la huida.
(Unos esclavos se llevan a ANTÍGONA e ISMENA. CREONTE queda.)
CORO:
Dichosos aquellos cuya vida se ha deslizado sin haber probado los frutos de
la desgracia. Porque cuando un hogar sufre los embates de los dioses, el
infortunio se ceba en él sin tregua sobre toda su descendencia. Al modo
como cuando los vientos impetuosos de Tracia azotan, las aguas remueven
hasta el fondo los abismos submarinos, y levantan las profundas arenas, que
el viento dispersa, y las olas mugen y braman batiendo las costas, en la
mansión de los Labdácidas, voy viendo desde hace mucho tiempo cómo
nuevas desgracias se van acumulando unas tras otras a las que padecieron
los que ya no existen. «Una generación no libera a la siguiente; un dios se
encarniza con ella sin darle reposo. Hoy que la luz de una esperanza se
columbraba para la casa de Edipo en sus últimos retoños, he aquí que un
polvo sangriento otorgado a los dioses infernales, unas palabras poco
sensatas, y el espíritu ciego y vengativo de un alma, han extinguido esa luz.
¿Qué orgullo humano podría, ¡oh Zeus!, atajar tu poder, que jamás doma ni
el suelo, que todo lo envejece, ni el transcurso divino de los meses
infatigables? Exento de vejez, reinas como soberano en el resplandor
reverberante del Olimpo. Para el hombre esta ley inmutable prevalecerá por
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