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ANTÍGONA:
Salva tu vida; no te envidio al conservarla.
ISMENA:
¡Malhaya mi desgracia! ¿No podría yo compartir tu muerte?
ANTÍGONA:
Tú has preferido vivir; yo en cambio, he escogido morir.
ISMENA:
Pero al menos te he dicho lo que tenía que decirte.
ANTÍGONA:
Sí, a unos les parecerán sensatas tus palabras; a otros, las mías.
ISMENA:
Sin embargo, la falta es común a ambas.
ANTÍGONA:
Tranquilízate. Tú vives; pero mi alma está muerta desde hace tiempo y ya no
es capaz de ser útil más que a los muertos.
CREONTE:
Estas dos muchachas, lo aseguro, están locas. Una acaba de perder la
razón; la otra la había perdido desde el día en que nació.
ISMENA:
Es que, ¡oh rey!, la razón con que la Naturaleza nos ha dotado no persiste en
un momento de desgracia excesiva, y en ciertos casos, aun el más cuerdo
acaba por perder el juicio.
CREONTE:
El tuyo, seguramente, se perdió cuando quisiste ser cómplice de unos
malvados.
ISMENA:
Sola y sin ella, ¿qué será para mí la vida?
CREONTE:
No hables más de ella, pues ya no existe.
ISMENA:
Y ¿vas a matar a la prometida de tu hijo?
CREONTE:
Hay otros surcos donde poder labrar.
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