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Y yo, puesto que ya he cambiado de parecer, desde que con mis manos até
                        a Antígona, quiero ir en persona a libertarla. Me temo que no sea lo mejor
                        pasar la vida observando las leyes establecidas.

                        CORO:
                        Tú, a quien se honra bajo tantos nombres diferentes; tú, orgullo de la ninfa de
                        Cadmo,  vástago  de  Zeus,  el  del  retumbante  trueno;  tú  que  proteges  a  la
                        ínclita Italia y reinas en los valles de Deméter Eleusinia patentes a todos los
                        griegos; ¡oh Baco! Tú que habitas en Tebas, madre patria de las Bacantes, la
                        ciudad  construida  junto  a  las  plácidas  aguas  del  Ismeno  y  cerca  de  los
                        lugares  en  donde  se  fueran  sembrando  los  dientes  del  feroz  Dragón:  la
                        resplandeciente luz de las antorchas de negro humo te ha visto por encima
                        de  la  roca  de  doble  cima,  en  donde  se  agitan  las  coricias  ninfas,  las
                        Bacantes;  te  ha  visto  la  fuente  de  Castalia,  cuando  desde  las  escarpadas
                        cumbres  de  hiedra  tapizadas,  y  desde  los  montes  de  Nisa  y  de  las  faldas
                        donde  feraces  viñedos  verdeguean,  llegar  aclamado  por  divinos  cantos  a
                        visitar las calles y la ciudad de Tebas, que te glorifican. Es ésta la ciudad que
                        amas sobre todas las ciudades como la amaba tu madre, muerta por el rayo.
                        Y como hoy una plaga peligrosa amenaza a todo tu pueblo, ven y purifícalo:
                        franquea  la  cumbre  del  Parnaso  o  las  olas  resonantes  del  estrecho  del
                        Eurípilo. ¡Oh tú que diriges el coro de los astros rutilantes! tú, hijo de Zeus,
                        que presides los nocturnos clamores: aparece, ¡oh rey mío!, en compañía de
                        las  Túadas,  esas  hijas  de  Naxos  que,  poseídas  de  divino  delirio,  pasan  la
                        noche entera celebrándote con sus coros de danzas a ti, ¡oh soberano Iaco!,
                        a quien han consagrado su vida.

                        (Entra un MENSAJERO.)

                        MENSAJERO:
                        ¡Oh  vosotros  que  habitáis  en  los  alrededores  del  palacio  de  Cadmo  y  el
                        templo de Anfión! No hay vida humana que yo pueda considerar envidiable o
                        digna de lástima mientras el hombre exista. La Fortuna, en efecto, tan pronto
                        ensalza  al  desgraciado  como  abate  para  siempre  al  dichoso;  nadie  puede
                        predecir el destino reservado a los mortales. Creonte, hace poco, parecía a
                        mi juicio digno de envidia: había libertado de mano de sus enemigos a esta
                        tierra  cadmea;  poseía  un  poder  absoluto,  gobernaba  la  comarca  entera,  y
                        unos  hijos nobles  eran  ornato  de  su  raza.  Y  ahora  ¡todo  ha desaparecido!
                        Cuando los hombres han perdido el objeto de sus alegrías, yo ya no puedo
                        afirmar  que  vivan,  sino  que  los  considero  como  muertos  que  respiran.
                        Acumula,  si  quieres  inmensos  tesoros  en  tu  casa;  vive  con  toda  la
                        magnificencia  de  un  rey;  si  falta  la  alegría,  por  todos  esos  bienes,
                        comparados con la verdadera dicha, no daría yo ni la sombra del humo.

                        CORIFEO:
                        ¿Qué nuevo infortunio de nuestros reyes vienes a anunciarnos?






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