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arados, volteándola con ayuda de las yuntas de caballos. «El hombre
industrioso envuelve en las mallas de sus tendidas redes y captura a la
alígera especie de las aves, así como a la raza temible de las fieras y a los
seres que habitan el océano. El, con sus artes se adueña de los animales
salvajes y montaraces; y al caballo de espesas crines lo domina con el freno,
y somete bajo el yugo, que por ambas partes le sujeta, al indómito toro
bravío. Y él se adiestró en el arte de la palabra y en el pensamiento, sutil
como el viento, que dio vida a las costumbres urbanas que rigen las
ciudades, y aprendió a resguardarse de la intemperie, de las penosas
heladas y de las torrenciales lluvias. Y porque es fecundo en recursos, no le
faltan en cualquier instante para evitar que en el porvenir le sorprenda el
azar; sólo del Hades no ha encontrado medio de huir, a pesar de haber
acertado a luchar contra las más rebeldes enfermedades, cuya curación ha
encontrado. Y dotado de la industriosa habilidad del arte, más allá de lo que
podía esperarse, se labra un camino, unas veces hacia el mal y otras hacia
el bien, confundiendo las leyes del mundo y la justicia que prometió a los
dioses observar. «Es indigno de vivir en una ciudad el que, estando al frente
de la comunidad, por osadía se habitúa al mal. Que el hombre que así obra
no sea nunca ni mi huésped en el hogar ni menos amigo mío.
(Llega de nuevo el CENTINELA trayendo atada a ANTÍGONA.)
CORIFEO:
¡Qué increíble y sorprendente prodigio! ¿Cómo dudar, pues la reconozco,
que sea la joven Antígona? ¡Oh! ¡Desdichada hija del desgraciado Edipo!
¿Qué pasa? Te traen porque has infringido los reales edictos y te han
sorprendido cometiendo un acto de tal imprudencia?
CENTINELA:
¡He aquí la qué lo ha hecho! La hemos cogido en trance de dar sepultura al
cadáver. Pero, ¿dónde está Creonte?
CORIFEO:
Sale del palacio y llega oportunamente.
(Llega CREONTE.)
CREONTE:
¿Qué hay? ¿Para qué es oportuna mi llegada?
CENTINELA:
Rey, los mortales no deben jurar nada, pues una segunda decisión
desmiente a menudo un primer propósito. No hace mucho, en efecto,
amedrentado por tus amenazas, me había yo prometido no volver a poner
los pies aquí. Pero una alegría que llega cuando menos se la espera no tiene
comparación con ningún otro placer. Vuelvo, pues, a despecho de mis
juramentos, y te traigo a esta joven que ha sido sorprendida en el momento
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