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MENSAJERO:
¿Me permitirás decir una palabra, o tendré que retirarme sin decir nada?
CREONTE:
¿No sabes ya cuán insoportables me resultan tus palabras?
MENSAJERO:
¿Es que ellas muerden tus oídos o tu corazón?
CREONTE:
¿Por qué quieres precisar el lugar de mi dolor?
MENSAJERO:
El culpable aflige tu alma; yo no hago más que ofender tus oídos.
CREONTE:
¡Ah! ¡Qué insigne charlatán has salido desde tu nacimiento!
MENSAJERO:
Por lo menos no he sido yo quien ha cometido ese crimen.
CREONTE:
Pero, ya que por dinero has vendido tu alma...
MENSAJERO:
¡Ay! ¡Gran desgracia es juzgar por sospechas, y que las sospechas sean
falsas!
CREONTE:
¡Vamos! ¡Ahora te vas a andar con sutilezas sobre la opinión! Si no me traéis
a los autores del delito, tendréis que reconocer, a no tardar, que las
ganancias que envilecen causan graves perjuicios.
MENSAJERO:
¡Sí; que se descubra al culpable ante todo! Pero que se le coja, o que no,
pues es el Destino quien lo decidirá, no hay peligro de que tu me veas jamás
volver por aquí, y ahora que, contra toda esperanza y contra todos mis
temores, logro escapar, debo a los dioses una gratitud infinita.
(El GUARDIÁN se retira.)
CORO:
Numerosas son las maravillas del mundo; pero, de todas, la más
sorprendente es el hombre. El es quien cruza los mares espumosos agitados
por el impetuoso Noto, desafiando las alborotadas olas que en torno de él se
encrespan y braman. La más poderosa de todas las diosas, la imperecedera,
la inagotable Tierra, él la cansa año tras año, con el ir y venir de la reja de los
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