Page 8 - index
P. 8
CORIFEO:
Los siete jefes apostados ante las siete puertas, enfrentándose con los otros
siete, dejaron como ofrenda a Zeus, victorioso, el tributo de sus armas de
bronce. «Todos huyeron, salvo los dos desgraciados que, nacidos de un
mismo padre y de una misma madre, enfrentando una contra otra sus lanzas
soberanas, alcanzaron los dos la misma suerte en un común perecer.
CORO:
Pero Niké, la gloriosa, llegó y pagó en retorno el amor de Tebas, la ciudad de
los numerosos carros, haciendo que pasase del dolor a la alegría. La guerra
ha terminado. Olvidémosla. Vayamos con nocturnos coros, que se prolongan
en la noche, a todos los templos de los dioses; y que Baco, el dios que con
sus pasos hace vibrar nuestra tierra, sea nuestro guía.
CORIFEO:
Pero he aquí que llega Creonte, hijo de Meneceo, nuevo rey del país en
virtud de los acontecimientos que los dioses acaban de promover. «¿Qué
proyecto se agita en su espíritu para que haya convocado, por heraldo
público, esta asamblea de ancianos aquí congregados?
(Entra CREONTE con numeroso séquito.)
CREONTE:
Ancianos, los dioses, después de haber agitado rudamente con la tempestad
la ciudad, le han devuelto al fin la calma. A vosotros solos, de entre todos los
ciudadanos, os han convocado aquí mis mensajeros porque me es conocida
vuestra constante y respetuosa sumisión al trono de Layo, y vuestra
devoción a Edipo mientras rigió la ciudad, así como cuando, ya muerto, os
conservasteis fieles con constancia a sus hijos. Ahora, cuando éstos, por
doble fatalidad, han muerto el mismo día, al herir y ser heridos con sus
propias fratricidas manos, quedo yo, de ahora en adelante, por ser el
pariente más cercano de los muertos, dueño del poder y del trono de Tebas.
Ahora bien, imposible conocer el alma, los sentimientos y el pensamiento de
ningún hombre hasta que no se le haya visto en la aplicación de las leyes y
en el ejercicio del poder. Por mi parte considero, hoy como ayer, un mal
gobernante al que en el gobierno de una ciudad no sabe adoptar las
decisiones más cuerdas y deja que el miedo, por los motivos que sean, le
encadene la lengua; y al que estime más a un amigo que a su propia patria,
a ése lo tengo como un ser despreciable. ¡Que Zeus eterno, escrutador de
todas las cosas, me oiga! Jamás pasaré en silencio el daño que amenaza a
mis ciudadanos, y nunca tendré por amigo a un enemigo del país. Creo, en
efecto, que la salvación de la patria es nuestra salvación y que nunca nos
faltarán amigos mientras nuestra nave camine gobernada con recto timón.
Apoyándome en tales principios, pienso poder lograr que esta ciudad sea
floreciente; y guiado por ellos, acabo hoy de hacer proclamar por toda la
ciudad un edicto referente a los hijos de Edipo. A Etéocles, que halló la
8