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insultos descargamos unos contra otros. Cada centinela echaba la culpa al
otro, y hubiéramos llegado a las manos sin que hubiera nadie para impedirlo.
Cada cual sospechaba del otro, pero nadie quedaba convicto; todos negaban
y todos decían que no sabían nada. Estábamos ya dispuestos a la prueba de
coger el hierro candente en las manos, a pasar por el fuego y jurar por los
dioses que éramos inocentes y que desconocíamos tanto al autor del
proyecto como a su ejecutor, cuando al fin, como nuestras pesquisas no
conducían a nada, uno de nosotros habló de modo que nos obligó a inclinar
medrosamente la cabeza, pues no podíamos ni contradecirle ni proponer una
solución mejor. Su opinión fue que había que comunicarte lo que pasaba y
no ocultártelo. Esta idea prevaleció, y fui yo, ¡desgraciado de mí!, a quien la
suerte designó para esta buena comisión. Heme aquí, pues, contra mi
voluntad y contra la tuya también, demasiado lo sé, ya que nadie desea un
mensajero con malas noticias.
CORIFEO:
Rey, desde hace tiempo mi alma se pregunta si este acontecimiento no
habrá sido dispuesto por los dioses.
CREONTE:
Cállate, antes que tus palabras me llenen de cólera, si no quieres pasar a
mis ojos por viejo y necio a la vez. Dices cosas intolerables, suponiendo que
los dioses puedan preocuparse por ese cadáver. ¿Es que podrían ellos, al
darle tierra, premiar como a su bienhechor al que vino a incendiar sus
templos con sus columnatas, y a quemar las ofrendas que se les hacen y a
trastornar el país y sus leyes? ¿Cuándo has visto tú que los dioses honren a
los malvados? No, ciertamente. Pero desde hace tiempo algunos ciudadanos
se someten con dificultad a mis órdenes y murmuran en contra mía moviendo
la cabeza, pues no quieren someter su cuello a mi yugo, como convenía,
para acatar de corazón mis mandatos. Son estas gentes, lo sé, las que
habrán sobornado a los centinelas y les habrán inducido a hacer lo que han
hecho. De todas las instituciones humanas, ninguna como la del dinero trajo
a los hombres consecuencias más funestas. Es el dinero el que devasta las
ciudades, el que echa a los hombres de los hogares, el que seduce las almas
virtuosas y las incita a acciones vergonzosas; es el dinero el que en todas las
épocas ha hecho a los hombres cometer todas las perfidias y el que les
enseñó la práctica de todas las impiedades. Pero los que, dejándose
corromper, han cometido esta mala acción, tendrán en plazo más o menos
largo su castigo. Porque tan cierto como que Zeus sigue siendo el objeto de
mi veneración, tenlo entendido, y te lo digo bajo juramento, que si no
encontráis, y traéis aquí, ante mis ojos, a aquel cuyas manos hicieron esos
funerales, la muerte sola no os bastará, pues seréis colgados vivos hasta
que descubráis al culpable y conozcáis así de dónde hay que esperar sacar
provecho y aprendáis que no se debe querer sacar ganancia de todo, y
veréis entonces que los beneficios ilícitos han perdido a más gente que la
que han salvado.
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