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La balsa retornó a la orilla en medio del clamor general.
Tenían ahora un nuevo cacique, quien debería gobernar
según las sabias normas del legendario antecesor y legislador
Nemequene, basadas en el amor y la destreza en el trabajo y
las artesanías, en el valor y el honor durante la guerra; en la
honradez, la justicia y la disciplina.
Se iniciaron competencias de juegosycarreras; el ganador
era premiado con hermosas mantas. Se cantó y se bailó
durante tres días seguidos, que eran los consagrados a la
celebración. Los sones de los tambores y pitos retumbaban
en las montañas y centenares de indígenas seguían el ritmo
en danzas tranquilas y acompasadas, o frenéticas y alocadas.
Pasados los días de los festejos, de la bebida y de la comida
abundante, retornó el pueblo a sus actividades cotidianas: los
agricultores a continuar vigilando y cuidando sus labranzas;
los artesanos del oro, alas labores de orfebrería; los
alfareros, a la confección de ollas y vasijas, después de buscar
el barro adecuado en vetas especiales; otros a la explotación
de las minas de sal y de esmeraldas; y la mayoría al
comercio, pues era ésta su actividad principal. Las mujeres al
cuidado de los hijos, a recoger la cosecha, a cocinar, a hilar y
a tejer.
Así, en este orden y placidez transcurrirían los días, hasta que
una guerra, una enfermedad o la vejez, los privara de su
monarca y fuera necesario realizar de nuevo la ceremonia de
El Dorado para ungir un nuevo cacique. Este debería
continuar gobernando con prudencia y sabiduría al pueblo y
su fértil y verde país, rodeado de hermosa vegetación y de
cristalinas corrientes de agua.

